domingo, 25 de enero de 2009

El concepto del Paleolítico Superior

La tradicional división del Paleolítico en tres grandes periodos intentaba ofrecer un marco cronológico y cultural donde poder situar las diferentes tecnologías prehistóricas que se iban descubriendo en los yacimientos arqueológicos. No hay que decir que tal subdivisión fue consecuencia del nivel científico de siglo pasado, lo que ya es mucho si tenemos en cuenta el nivel casi inexistente que se tenía en el comienzo de la Prehistoria sobre nuestro lejano pasado. Sobre el concepto del último periodo paleolítico la aceptación más extendida es la suma de tres acepciones. Una de contenido cronológico, al enmarcarlo dentro de una fase de las diversas glaciaciones que se han registrado en nuestro continente. Así, queda situado en la segunda parte de la última glaciación (Würm), entre las fechas de 45/40.000 y 10.000 BP, cuando comienza el Holoceno o periodo cálido actual. Otra, con un significado cultural, refleja las industrias y conductas de todo tipo que se van sucediendo a lo largo de sus milenios de existencia, que en Europa occidental son el Auriñaciense, Chatelperroniense, Uluzziense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense. La tercera fue de base antropológica, sustentándose en la idea de que su origen se debía a la aparición del Homo sapiens sapiens, como portador de los avances técnicos modernos (tecnología de hojas, herramientas compuestas, uso del hueso, asta y marfil como materia base de sus útiles, etc.), junto con un desarrollo simbólico muy importante (adornos corporales, arte, ajuares, religión, etc.), del que con anterioridad sólo se tenían leves indicios de difícil comprobación. En este apartado hay que incluir al Neandertal, por lo menos en las fases iniciales del periodo, pues todo indica que fue el creador del Chatelperroniense y Uluzziense.  

Del primero, con las dificultades cronológicas (calibración del C-14 en el periodo de transición) se mantiene como criterio de fondo, pero sin hacer mucho hincapié sobre él. Del tercero, no puede sostenerse en su totalidad, pues ya conocemos que en su inicio, por lo menos en Europa, coexistieron los poblaciones diferentes (Cromañones y Neandertales). El que más trascendencia ha tenido es el segundo (tecnológico), pues son las piedras las que más abundan en los yacimientos, con lo que han dado una gran tradición académica su estudio, por lo menos en Europa. Efectivamente, cuando se hable de yacimientos transicionales, siempre se refieren a evolución tecnológica de soporte lítico. Después de todo, lo que más abunda son las piedras. 

Con el desarrollo de la Arqueología parece que va quedando claro que estas divisiones son artificiales, aunque necesarias para el enfoque analítico y explicativo que toda ciencia precisa. No obstante, se sigue manifestando especial interés por señalar los distintos complejos industriales, caracterizado cada uno de ellos por el empleo de determinadas técnicas de trabajo pera transformar la materia prima (piedra, asta, hueso, madera) en instrumentos con los que hacer frente a sus necesidades, como si estos datos (por otro lado los más abundantes) fueran los más característicos del Paleolítico Superior. Desde luego son los más abundantes, pero no los más significativos dentro de la evolución cultural y cognitiva de la Humanidad.  

Si estudiamos los más recientes estudios sobre la cultura de este periodo, veremos que las cosas están cambiando, por lo menos en un aspecto más general e importante para la cultura humana. Así, se ha relacionado su modernidad con el simbolismo que la sustenta. Algunos autores reconocen una conducta moderna cuando está simbólicamente organizada, o es completamente simbólica. Pero el simbolismo, aunque presente en la industria lítica, queda mejor reflejado en otros aspectos arqueológicos que vemos en los yacimientos, pero que hasta hace muy pocos años se tenían como productos secundarios. Es curioso apreciar cómo en el último tercio del siglo pasado, de los yacimientos Chatelperronienses se encontraban datos fidedignos de todas los productos líticos perfectamente ubicados en los diferentes estratos del yacimiento, mientras que de los escasos adornos apenas se hacen mención o se sitúan estratigráficamente de forma muy poco precisa. Por suerte, las cosas ya no son así.  

Este último concepto es muy importante en la configuración del último periodo paleolítico, pues, desde entonces, el simbolismo va a ser fundamental en la conducta de los seres humanos de todos los tiempos. Sin embargo, puede encontrarse cierto grado de simbolismo en los dos primeros periodos paleolíticos, sobre todo si tenemos en cuenta que poco a poco se van encontrando conductas y elementos con cierto carácter simbólico en tales periodos, es en el último periodo cuando de verdad se aprecia un gran desarrollo, al observar nuevas formas de conducta de matiz social y económico. Aunque, lo que sin duda fue más trascendental y nuevo, sería el tener una clara conciencia del uso simbólico de diversos útiles y conductas (simbolismo consciente o reflexivo). Esto, aporta un nuevo significado a este periodo, pues le separaría con mayor identidad de los anteriores periodos paleolíticos. Es este sentido, no cabe la menor duda que son los que más van a pesar en la conducta humana moderna. 

Por consiguiente, aunque los procesos tecnológicos y simbólicos deban ir unidos en su desarrollo, lo más llamativo del Paleolítico Superior corresponde a la adquisición de una nueva mentalidad simbólica, creativa, práctica y, sobre todo, consciente de su realización. Tal logro pudo realizarse por medio del desarrollo pleno de la conciencia reflexiva, y su utilización junto con los conceptos del tiempo y del espacio, que serán utilizados en los intentos de solucionar los problemas que se plantearon en ese momento. El resultado no puede ser más extraordinario, pues se producen nuevas formas de conducta reflejadas en la aparición de adornos corporales, del arte, enterramientos intencionados con base simbólica, la aparición de la religión, aumento de la complejidad social, mejor estructuración y organización de la caza, conservación de los alimentos, estructuración del espacio del hábitat, etc. La aparición en el tiempo de todos estos hechos, se realiza con gran interacción de unos elementos con otros, pero existen ciertos aspectos de dependencia que hay que analizar. Los avances culturales de carácter simbólico tienen que irse elaborando, de una forma más o menos escalonada, en función de las nuevas necesidades demográficas, sociales y medioambientales que se vayan presentando. Hay que tener en cuenta, que para la aparición de unos (como la religión donde se utiliza inexcusablemente un simbolismo consciente), es imprescindible el desarrollo de otros (como sería una conciencia reflexiva). Su falta, imposibilita el inicio de las ideas religiosas y de todas las conductas relacionadas con ella (enterramientos con simbolismo religioso). El Paleolítico Superior queda perfectamente caracterizado por la presencia de un pensamiento moderno, que va a desarrollar formas de conductas complejas y simbólicas. 

Puede que sea necesario, para mejorar la subjetividad científica que abunda en la Arqueología, tener presentes las ideas que el antropólogo Laurence G. Strauss, en un seminario de Doctorado sobre las novedades en el Paleolítico y Mesolítico europeo que ofreció en Buenos Aires (1996), dictó e ilustró muy bien las diferencias metodológicas entre la escuela norteamericana y la europea:  

Yo me he formado como arqueólogo antropológico. Mi meta como paleoantropólogo es la comprensión de los modos de vivir. Las diferencias......son diferencias de paradigma: la manera de definir lo que es importante saber, cómo y porqué; estas diferencias provienen de formaciones académicas muy distintas: la mayoría de los prehistoriadores españoles están formados en las Letras y la mayoría de los prehistoriadores norteamericanos en las Ciencias Sociales con grandes dosis de Ciencias Naturales. Creo que hay un sitio para ambas perspectivas a fin de llegar a una visión completa del Paleolítico. El papel de los prehistoriadores venidos de la tradición antropológica americana o inglesa sería el de proponer y evaluar hipótesis acerca del comportamiento y de la adaptación humana. También quizá, su papel es de mitigar un escolasticismo excesivamente estéril, en el estudio de los materiales de la prehistoria. El papel de los prehistoriadores de tradición humanística europea es de describir, ordenar y estudiar de manera muy detallada y precisa, los materiales con los cuales sólo ellos pueden estar íntimamente familiarizados a largo plazo, y de corregir los excesos de optimismo explicativo de sus colegas forasteros.  

¿Pero cómo vamos a estudiar la cognición humana, su simbolismo, el porqué de sus avances culturales y, en definitiva, el origen de la compleja conducta humana, si en las universidades sólo nos enseñan escasamente las tareas propias de la excavación y sus más elementales interpretaciones de carácter general? ¿Son válidos tales formas académicas para la interpretación de estos problemas? Como es lógico, después de todo lo mencionado en este blog, mi criterio personal es que no.

domingo, 18 de enero de 2009

Definición del género Homo.

Ya vimos como la denominación de nuevas especies fósiles es un proceso que conlleva una importante carga de subjetividad científica. Es imposible saber si realmente las especies coetáneas tuvieron una incompatibilidad biológica real o no. Por ello, para su definición, sólo nos quedan sus diferencias anatómicas como testimonio de su diferenciación biológica. Ante tal situación, para que la ciencia pueda avanzar en su intento de ordenación y explicación de la realidad biológica, lo único que se puede realizar sería la propuesta de nuevas especies, con la esperanza de que la comunidad científica las acepte por medio de un compromiso teórico y temporal, ya que siempre puede revisarse ante la aparición de nuevos datos. El problema se acentúa sí, a la incierta denominación de diferentes especies biológicas, hay que añadir el establecimiento de un nuevo género que las englobe y caracterice. En este sentido, el establecimiento del género Homo presenta unos aspectos específicos y únicos, donde los criterios culturales tomaron especial fuerza, en la creencia de que sólo nuestro linaje podría crearlos, lo que en tan lejanos tiempos no está tan claro.   

Muy recientemente, se han realizado excavaciones de tipo arqueológico en lugares de hábitat de chimpancés, encontrándose con un comportamiento similar al de los primeros humanos. Los chimpancés recogen grandes piedras de distintos materiales (cuarzo, granito y otras) y las llevan donde crecen los árboles que producen unas nueces (de la especie Panda oleosa). Después de recogerlas las sitúan sobre una raíz de árbol (el yunque), que golpean con una piedra (el martillo). Este procedimiento es necesario porque estas nueces son muy duras. Un chimpancé puede llegar a abrir 100 nueces en un día, descubriéndose que las crías pueden tardan hasta siete años en aprender esta técnica. Sin embargo, no todos los chimpancés rompen nueces con piedras, pues sólo se ha documentado esta práctica en África occidental (Costa de Marfil, Liberia y Guinea-Conakry), por lo que puede considerarse un comportamiento cultural que permite su utilización para distinguir una población de otra. Igualmente, se ha comprobado que los chimpancés trasladan las piedras (de hasta 15 kilogramos de peso) desde varios centenares de metros a estos lugares donde se utilizan. En estos yacimientos, que sólo tienen 100 años de antigüedad, se han encontrado lascas, que curiosamente son parecidas a las de los primeros yacimientos conocidos de industria lítica de los homínidos. Está claro que los chimpancés producen tales lascas sin intención, porque se producen al golpear las nueces y romperse las piedras. Sin embargo, pudiera ser que esta forma no intencionada de producción de lascas fuera el origen de la tradicional tecnología de los homínidos (Mercader et al., 2002). La búsqueda, importación y uso de estos martillos son claros procesos intencionados, pero la producción de lascas tiene un carácter accidental. No obstante, se parecen a formas humanas en sus más primitivas cadenas operatorias, salvo la intencionalidad de producir y utilizar tales lascas como herramientas. Este ejemplo nos ofrece unos antecedentes culturales en primates no humanos, sobre parte de la compleja conducta de la tecnología lítica que siempre se ha atribuido a nuestro género (buscar piedras adecuadas, transportarlas y utilizarlas). Si existen en estos primates, es imposible descartar con absoluta certeza su uso por los Australopithecus, aunque el registro arqueológico no aporta muchos datos sobre este asunto.  

El segundo ejemplo se refiere a una forma de conducta sexual atribuida en exclusividad a nuestro linaje, como es la posibilidad de relaciones sexuales continuadas, consentidas y con fines sociales, para establecer lazos familiares y/o sociales permanentes. En las comunidades de bonobos (Pan paniscus) el sexo es un elemento clave para su vida social, hecho que es posible gracias a que la hembra de esta especie se manifiesta preparada casi sin solución de continuidad para las relaciones sexuales (de forma similar a las hembras humanas), incluso no se interrumpe durante la lactancia. Así, el sexo es ampliamente utilizado de forma continuada (sin limitaciones marcadas por la presencia o ausencia de la receptividad femenina), como elemento de concordia, pacificación y armonía social dentro de estos grupos de primates. Aunque entre estas comunidades no pueda verse familias nucleares al estilo de nuestras sociedades, no deja de ser cierto que su comportamiento encaja, en algunos aspectos, en las formas sexuales humanas (De Waal, 1995).  

En estos ejemplos sobre la cultura en comunidades actuales de primates no humanos, vemos antecedentes de nuestra cultura social. Si los Australopithecus tenían un mayor desarrollo neurológico y cognitivo que estos primates, es posible que hubieran desarrollado formas conductuales muy parecidas a las atribuidas a los Homo habilis. Así, aparece un nuevo problema teórico, pues una vez relacionado al Homo habilis con la fabricación de herramientas, el hallazgo de restos líticos en periodos más antiguos (hasta 2,5 m. a. donde no hay restos fósiles de los Homo habilis y si de Australopithecus) son atribuidos inmediatamente al género Homo, excluyendo automáticamente a los otros homínidos coetáneos.  

En las características que deben tener las especies pertenecientes al género Homo, existen suficientes diferencias morfológicas como para distinguirlas de las pertenecientes al género Australopithecus. Siguiendo esta línea argumentativa, adquieren especial interés, para los temas que tratamos, las diferencias neurológicas que se aprecian en los endomoldes de sus respectivos cráneos (Holloway, 1996; Tobias, 1971). Sin embargo, y a pesar de la notable diferenciación anatómica existente entre estos dos géneros, la característica principal por lo que se asimiló el Homo habilis a nuestro linaje y se excluyó a los Australopithecus del género Homo, reside en la asociación de los fósiles del primero con las herramientas de piedra encontradas en diversos yacimientos, mientras que el segundo nunca ha podido confirmarse tal relación Como puede verse, pesa más la diferenciación cultural que la anatómica en estas clasificaciones taxonómicas. Nos limitamos a ofrecer la categoría humana a los fósiles que se relacionan con la fabricación y uso de las herramientas encontradas en ese primitivo periodo. Si tenemos en cuenta el escaso número de asociaciones directas entre los fósiles del Homo habilis y los útiles de piedra, surgen dudas sobre que su existencia pueda deberse a la casualidad, a que no se ha buscado lo suficiente, o que no ha habido suerte. No obstante, el mayor desarrollo neurológico del Homo habilis, sus asociaciones con las herramientas de piedra y la conducta observada en algunos de sus yacimientos, pueden ser pruebas suficientes como para atribuirles el inicio de un comportamiento que encaja bien con el de los seres humanos. Si alguna vez se encuentran datos que puedan atribuir algunas de estas características a los Australopithecus, no cabe duda que habrá que replantearse el inicio de nuestro linaje. Tal vez sea importante resaltar, que la línea que separa los conceptos de humanos y no humanos es muy fina, al menos en esta época, lo que da pie a pensar en las cualidades casi humanas que podían presentar los Australopithecus.   

Si viéramos a un Homo habilis enseguida notaríamos que se parecía mucho más a los monos actuales que a nosotros. Incluso su conducta, salvados todos los perjuicios culturales que se han aplicado a la sociedades de grandes primates, sería muy parecida. El problema de denominar a unos como Homo y a otros como Australopithecus, es que subjetivamente vamos a inferir modelos más humanos de conductas a los primeros, en claro perjuicio de los segundos. Aunque tales divisiones son imprescindibles para el desarrollo teórico de la Prehistoria, cabe la posibilidad de no haber enfocado el problema en los correctos caminos de la objetividad científica.  

-DE WAAL, F. B. M. (1995): Vida social de los bonobos. Investigación y Ciencia, 224: 52-59.
-HOLLOWAY, R. L. (1996): Evolutionary of the human brain. En Locke y Peters (eds.). Handbook of Human Symbolic Evolution. Clarendon Press. Oxford. 74-108.
-MERCADER, J.; PANGER, M. y BOESCH, C. (2002): Excavation of a chimpanzee stone tool site in the African rainforest.
Science, 296: 1452-1455.
-TOBIAS, P. V. (1971): The distribution of craneal capacity values among living hominoids. Proceedings of the Third International Congress of Primatology, Zurich. Vol. 1:18-35.

domingo, 11 de enero de 2009

Subjetividad en la divulgación científica

Es tradicional, dentro de los estudios de paleontología, intentar realizar una estructura evolutiva de los diferentes homínidos del género Homo, que nos pueda servir de base para ir analizando los avances de sus características culturales. El problema se presenta cuando encontramos que existen diferentes árboles evolutivos con características muy diferentes. Sus estructuras dependen, en gran medida, de la tradicional falta de datos y de la propia opinión de sus respectivos autores. Naturalmente, la existencia de diferentes homínidos dentro de un mismo período, y la dificultad teórica de establecer una relación evolutiva entre ellos, dificulta enormemente la estructuración de tal línea evolutiva. Sin embargo, existe otro problema de mayor envergadura, aunque pocas veces se tiene en cuenta dentro de la arqueología. Consiste en el propio concepto biológico de especie y su difícil, por no decir imposible, identificación en los periodos que corresponden a estos fósiles. Según el Profesor Emiliano Aguirre, primer director del proyecto de Atapuerca, las definiciones de especies o taxonómicas no dejan de ser conceptos abstractos, que corresponden a un proceso clasificatorio existente en la estructura académica vigente, siendo usadas para una mejor exposición doctrinal de la realidad viviente y fósil. Así, lo expresa en su reciente discurso en el acto de recepción a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (2000: 35):  

Un taxón no es el ser viviente que pretendemos conocer – y que representa realmente nuestro fósil-: los taxones son entidades abstractas, producto de una operación racional, término de un lenguaje técnico. 

La definición de especie más aceptada corresponde a un concepto biológico que especifica su contenido, como es la capacidad de reproducción o descendencia fértil entre elementos observables de similar anatomía (Ayala, 1980: 96). En el registro fósil es imposible poder conocer esta característica biológica, por lo que deben de establecerse criterios puramente morfológicos, considerando miembros de especies diferentes aquellos organismos de distintas épocas (aunque existe la posibilidad de convivencia temporal más o menos limitada) que difieren anatómicamente entre sí, al menos tanto como se diferencian los organismos actuales clasificados como especies distintas (Simpson, 1945: 16). Pero existe la imposibilidad de comprobar la hibridación biológica de esos grupos en estudio durante el periodo de convivencia pasado, mientras que la diferenciación anatómica estaría marcada en función del azar de los descubrimientos en el tiempo y el espacio, del número de muestras a estudiar, del estado de las mismos, del registro paleoantropológico anterior y del propio criterio de sus descubridores. La duda se impone ante nuestro deseo de aclarar tan arduo problema: no podemos precisar, con la seguridad deseada, que algunas de las especies de nuestro género no sean en realidad manifestaciones diferentes de una misma identidad biológica, con todo lo que ello podría significar. 

Estos problemas, junto a la lenta pero continua adquisición de nuevos datos paleontológicos y arqueológicos, hace que exista un continuo debate sobre la estructuración histórica de nuestra evolución. No cabe duda que los recientes descubrimientos de nuevos homínidos (Homo antecessor, georgicus y floresiensis) son claros ejemplos de la continua reorganización a la que está sometido el desarrollo evolutivo de nuestro linaje. 

La teoría sintética de la evolución entiende a las especies no como entidades inmutables, sino como realidades dinámicas en continuo cambio en el tiempo y en el espacio, ofreciendo un paulatino y lento cambio morfológico (Ayala, 1980:122). Si la realidad es tal como se indica en esta expresión teórica, ¿dónde se pueden situar a las especies conocidas en este continuum evolutivo? 

Como ya sabemos, esta forma de cambio evolutivo se produce junto a otras variaciones morfológicas realizadas con mayor rapidez en la formación de las especies, como explica el modelo de los equilibrios puntuados y las nuevas directrices sobre el cambio morfológico citadas en el blog. Ante la complejidad de la evolución anatómica de varias especies coetáneas, algunos autores ven la evolución humana como un arbusto ramificado, con gran dificultad para conocer cual es el pariente más cercano y quién es el antepasado de quién (Angela et al., 1992: 187). En este arbusto, los humanos son sólo unas ramitas laterales que se han significado, no sólo por sus cualidades, sino por la extinción de todos los demás. 

La realidad es que estas ideas quedan muy lejos de las tradicionales divulgaciones científicas sobre los nuevos descubrimientos de restos humanos. Ideas que si están presentes en el mundo paleoantropológico, pero puede que no tanto en el arqueológico, en el que los autores apuestan por diversos árboles (si no se limitan a uno solo). Así, se ofrece a los lectores, que no estén en el conocimiento de tales dudas, una idea equivocada sobre la realidad evolutivo y la importante limitación del desarrollo científico en estas épocas de nuestra Historia.

* AGUIRRE, E. (2000): Evolución humana. Debates actuales y vías abiertas. Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Madrid.
* ANGELA, P. y ANGELA, A. (1992): La extraordinaria historia de la vida. Mondadori. Madrid.
* AYALA, F. J. (1980): Origen y evolución del hombre. AU 278. Alianza. Madrid.
SIMPSON, G. G. (1945): The principles of classifications and a classification of mammals. Bulletin of the American Museum of Natural History, 85: pp.i-xvi, 1-350.