sábado, 21 de agosto de 2010

Darwin en la evolución cultural y simbólica humana

El estudio de la conducta humana realizado por medio de la Arqueología cognitiva de orientación psicobiológica (podemos ver un escueto resumen en Wikipedia) aunque de reciente desarrollo tiene raíces antiguas, pero poco conocidas. Las ideas y los conceptos se originan de variada forma, pero siempre dentro de los estrechos límites de las disciplinas académicas que estudia sus contenidos. La excesiva parcelación científica limita muchas veces su desarrollo. En este sentido se expresaba el Dr. Gregorio Marañón en un intento de ver las diversas realidades que, por no pertenecer a nuestros particulares estudios académicos, siempre han estado presentes (Marañón, 1952).

- "Los hallazgos definitivos no han surgido de una verdad nueva, sino de una ordenación racional de una serie de verdades conocidas y dispersas: racional o causal, porque en este juego de estructuración de datos no sistematizados ocurre como en la solución de los rompecabezas, que unas veces surge del ingenio y otras del puro azar. Lo que no puede faltar nunca es la atención. La atención es en la Ciencia lo que la luz en el cuarto oscuro, que de repente se ilumina y parece que crea lo que, sin embargo, estaba allí y no alcanzábamos a ver".

Desde luego no es el único que apreciaba e insistía en el problema de la independencia doctrinal. Así, Juan Luis Arsuaga en unos cursos de verano 2004 de la Universidad Complutense impartidos en El Escorial exponía:

- "Es muy atrevido escribir cualquier tesis sobre el comportamiento humano sin conocer la teoría de la evolución, siendo un disparate que en las universidades se estudien como ciencias separadas. Parece que se ignora que el descubrimiento más asombroso de la humanidad es la evolución, y sin esta revelación no se puede entender nada del ser humano".

Cuando aparece una nueva teoría o de desarrolla un descubrimiento, no surgen de la nada sino que constituyen la conclusión ordenada y avanzada de unas precisas ideas y conceptos que, aunque presentes en los medios científicos, de forma aislada no eran suficientes para llegar a conclusiones científicas adecuadas. Estas ideas pueden aplicarse al origen de la teoría de la evolución. El inicio de tal andadura científica tuvo sus raíces en diversos autores del siglo XVIII, aunque el arranque definitivo se logró con la publicación de El origen de las especies en 1859 por Charles Darwin (1809-1882), donde pudo explicar su teoría sobre el origen de las diferentes especies que conocemos. En el ambiente cultural de su época ya existían ideas semejantes que intentaban explicar el origen y diversificación de las especies de seres vivos, por medios diferentes a los que la religión hegemónicamente había mantenido durante siglos. Tal es el caso del conde de Bufón, Georges Louis Leclerc (1707-1788); del propio abuelo de Darwin, el médico Erasmus Darwin (1731-1802), y del caballero de Lamarck, Jean-Baptiste-Pierre-Antoine de Monet (1744-1829). Estos autores, junto con otros menos conocidos, crearon una atmósfera científica que favorecía el conocimiento y el desarrollo de estas nuevas vías explicativas sobre la realidad viviente.

Aunque se ha distinguido a Darwin por su teoría evolutiva, también se ocupó del origen del hombre desde el punto de vista cultural. Estos aspectos han pasado muy desapercibidos, puede que por la brevedad de sus contenidos o porque no encontraban paralelos científicos que los confirmasen. Actualmente, el origen de la conducta humana siempre se ubica en las relaciones sociales de los seres humanos, ya sea entre los componentes de un mismo grupo o entre diferentes poblaciones. En este sentido, las conductas espirituales dependen del aceptable desarrollo de la conducta con las primeras características modernas, es decir, del desarrollo emergente de la individualidad social y personal de los grupos y personas dentro de unos adecuados conceptos temporales y espaciales (Rivera, 2010). En este desarrollo es fácil comprender que las conductas sociales y espirituales actuarían de forma muy interrelacionada, pues no hay que olvidar que las conducta espiritual aparecen en el seno de las sociedades que las crea, por lo que puede considerarse como una conducta social con un particular criterio de creación (Renfrew, 1994).


En su libro sobre el origen del hombre (Darwin, 2009: 49) establece una serie de ideas que estarían plenamente de acuerdo con el estructuralismo funcional, base teórica de la Arqueología cognitiva. Primero indica una clara diferenciación entre conductas religiosas y espirituales, siendo estas últimas universales:

- "No existe ninguna prueba de que el hombre haya estado dotado primitivamente de la creencia en la existencia de un Dios omnipotente. Por el contrario, hay demostraciones convincentes suministradas, no por viajeros, sino por hombres que han vivido mucho tiempo con los salvajes, de que ha habido y aún hay numerosas razas que no tienen ninguna idea de la Divinidad, ni poseen palabra que la exprese en su lenguaje.......
Si por la palabra religión comprendemos la creencia en agentes invisibles o espirituales, entonces todo cambia de aspecto, porque este sentimiento parece ser universal en todas las razas menos civilizadas".

Pero lo más importante aparece a la hora de analizar su origen. Este parte de dos conceptos claves. Primero, del desarrollo de ciertas capacidades cognitivas (imaginación, sorpresa y curiosidad, unidas al raciocinio), lo que le posibilita a plantearse cuestiones metafísicas:

- "No es difícil comprender su origen. Tan luego como las importantes facultades de la imaginación, la sorpresa y la curiosidad, unidas a alguna fuerza de raciocinio, han llegado a desarrollarse parcialmente, el hombre habrá tratado de comprender cuanto se ofrecía a su vista, y a filosofar vagamente sobre su propia existencia".

Segundo, tras este desarrollo cognitivo es cuando puede adquirir conceptos espirituales a partir de su propia experiencia con la naturaleza en la que vive:

- "Como observa M. M´Lennan: “el hombre debe inventar por sí mismo alguna explicación de los fenómenos de la vida; y, a juzgar por su universalidad, la hipótesis más sencilla y que primeramente se presenta a su imaginación, parece haber sido la de atribuir los fenómenos naturales a la presencia en los animales, en las plantas, en los objetos y en las fuerzas de la naturaleza, es espíritus que causan efectos parecidos a los que el hombre cree poseer".

Comprendiendo que en la naturaleza no puede encontrar las ideas que llevarían a los humanos a los conceptos de espiritualidad, sólo encuentra, en los estados alterados de conciencia normal (sueños), el origen del mundo de los espíritus:

- “Es probable, como indica M. Taylor, que la primera idea de la existencia de los espíritus haya tenido su origen en el sueño, ya que los salvajes no distinguen fácilmente las impresiones subjetivas de las objetivas........

Charles Darwin

A su modo, Darwin realiza un estudio multidisciplinar para explicar la evolución conductual humana. No se limita sólo a utilizar los procesos evolutivos, sino que tiene que adaptar sus conclusiones biológicas a los conceptos sociales y mentales que pudiera usar en su momento histórico. Creo que su trabajo en este campo humano es un claro antecedente del camino que debemos de seguir en el estudio de la conducta humana.








* Darwin, C. R. (1871): Origen del Hombre. La selección natural y la sexual. Formación Alcalá. Alcalá la Real. 2009.
* Marañón, G. (1952): Prólogo del libro de E. Muñoz y A. Mundo: El bazo y sus funciones. Universidad de Granada.
* Rivera, A. (2010): ”Conducta simbólica. La muerte en el Paleolítico Medio y MSA”. Zephyrus. Vol. LXV, 39-63.

sábado, 14 de agosto de 2010

Conductas espirituales y religiosas

La conducta simbólica moderna aparece cuando las abstracciones básicas de la individualidad, espacio y tiempo adquieren el suficiente desarrollo como para que pueda emerger la autoconciencia reflexiva que nos caracteriza (capacidad cognitiva emergente). Para ello, es necesario la propia interacción social entre los miembros del grupo y con otros grupos (Shennan, 2001), del propio desarrollo socioeconómico de estas poblaciones (Hernando, 1999), y de un lenguaje con los elementos de identificación social y/o personal con su ubicación temporal y espacial (Rivera, 2004, 2009). Por tanto, el simbolismo debe ir asociado a situaciones arqueológicas en las que se observe un aumento demográfico de las poblaciones que convivan en una determinada área geográfica, así como de cierta evolución socioeconómica, consecuencia del desarrollo de las capacidades cognitivas que lo posibiliten.

Sin embargo, la aparición emergente de estas capacidades cognitivas no significa que se desarrollen automáticamente las conductas espirituales y religiosas que vemos ya desde el inicio del Paleolítico Superior. En este sentido, el estructuralismo funcional tiene mucho que decir, pues indica el posible camino sociocultural que tuvieron que seguir los humanos del momento para desarrollar estas conductas.

Es difícil conocer cómo pudo iniciarse un simbolismo de estas características espirituales, pues en la naturaleza y sociedad (fuentes de todos los estímulos e ideas humanas) no se aprecian procesos ni acciones de orden metafísico. Hay que buscar procesos cognitivos humanos que de alguna manera favorecieran el desarrollo de este mundo inmaterial. Todas las respuestas pasan por un concepto general, los estados de conciencia diferentes o alterados respecto a la conciencia normal. Con la emergencia de la autoconciencia, aparecerían de forma conciente (considerados como propios y reales) los sueños o alucinaciones que siempre habían existido, pero que no afloraban al plano consciente, pues esta capacidad cognitiva emergente aún no se había desarrollado lo suficiente. Sería una emergencia onírica que había que interpretar y mostrar (representar), lo que socialmente se logro por medio de todo tipo de representaciones, de las que las visuales son las que tenemos sus restos (manifestaciones gráficas).

Como es lógico, para su realización es imprescindible que estén bien desarrollados los conceptos del yo / otros, de un espacio amplio y diverso, y dentro de un tiempo pasado, presente y futuro, pues son características básicas de toda experiencia metafísica. Efectivamente, estas experiencias siempre requieren la aceptación de otros seres diferentes a nosotros (individualidad), que viven en otro mundo indefinido (espacio determinado, aunque indefinido), y en un tiempo amplio (pasado, presente y futuro). Conocemos diversos estados de conciencia alterados:

- Incontrolables. Serían los sueños en general, y las alucinaciones por enfermedad (fiebre, alteraciones psiquiátricas, estados superficiales de coma). Son experiencias comunes a todos los seres humanos, careciendo de cualquier tipo de control sobre ellos. Aunque existe una relación causa (enfermedad) y efecto (alucinaciones), esta no pudo ser comprendida por los humanos de aquellos tiempos.

- Relativamente controlables. Alucinaciones inducidas por drogas de la naturaleza, junto con rituales frenéticos de carácter repetitivo. En estos casos, se puede establecer una causa-efecto y un cierto control. No se conocen el uso de alucinógenos en el paleolítico, pero no sería nada raro que, en su permanente búsqueda de vegetales comestibles, de una forma accidental encontraran algunos de ellos con estas propiedades. La interpretación o explicación de lo sucedido tras su ingesta les llevaría a una respuesta de carácter espiritual, claramente diferente con su conducta simbólica hasta este momento, siendo muy difícil de definir para ellos, de explicar al resto de la sociedad, y de comprender por nuestra parte.

Puede que todos estos casos de conciencia alterada (unos más que otros) indujeran, tras los avances simbólicos de la personalidad ubicada en un tiempo y espacio, a crear un complejo mundo de características inmateriales, pero que siempre se producían en las condiciones antes mencionadas, por lo que para sus productores debieron de tener una existencia real. Esto es lo que nos indica el estructuralismo funcional, pero las explicaciones que pudieron desarrollarse entre los humanos del momento pudieron ser múltiples, por lo que sólo nos queda intentar seguir el hilo conductor de su desarrollo por medio de los tenues indicios que podamos encontrar en el registro arqueológico (manifestaciones gráficas, adornos, enterramientos, ajuares, conductas simbólicas, etc). No obstante, siguiendo con las pautas del estructuralismo funcional, todas las alucinaciones seguirían los patrones cognitivos que haya podido adquirir el pensamiento de su creador. Es decir, sólo pueden tener como base los conocimientos y recuerdos que tenga el sujeto que alucina, pues todo lo que no se conoce es como si no existiera. Naturalmente, tal concepto limitaría mucho las posibilidades explicativas de estos procesos de conciencia alterada.

Por tanto, ante toda conducta en la que se intuye cierto simbolismo espiritual, hay que comprobar si la sociedad que la creó tenía un nivel de capacidad y desarrollo cognitivo que lo posibilitaba, o no era capaz (en ese momento de su desarrollo cognitivo) de generar conductas con ese tipo de simbolismo. En su inicio, para que fuera socialmente aceptado, debería de existir algún signo o simbolización (primero palabras y/o gestos, después objetos y conductas) que representase lo alucinado, pero que pueda ser conocido por el resto de la sociedad. Tras admitir esta simbolización (la existencia de otro mundo diferente al real), se abre el camino a futuras y más complejas composiciones espirituales.

En este punto, encontramos dos procesos (en principio independientes) de compleja explicación. Primero, la existencia (aparentemente real para el que las vive) del mundo que proporciona los estados de conciencia alterados. Segundo, las preguntas sobre procesos naturales (muerte, nacimientos, fuerzas incontrolables de la naturaleza, etc.) que ni se comprenden ni pueden justificarse. En algún momento, ambos procesos pudieron unirse en el intento de ofrecer explicaciones a este tipo de conceptos. Sería la consecuencia de un proceso social encaminado a controlar y explicar conceptualmente los fenómenos naturales que afectan a la vida personal y social. Con el tiempo, se fueron estructurando en función de las respuestas que socialmente se vayan elaborando sobre la toma de conciencia de los hechos anteriores. En su desarrollo se formarían una serie de elementos simbólicos encaminados a representar, organizar y enseñar a los elementos de la sociedad que los originó. Por tanto, la creación, control y fin de la vida y del medio donde se desarrolla, pueden justificarse con la existencia de un ser o seres diferentes a nosotros en su forma y cualidades. Sin embargo, en principio sólo podrían atribuirles formas y cualidades humanas, de animales o elementos del medio ambiente, es decir, de lo que se conoce. Como es lógico, en este punto la variedad puede ser enorme, lo que dificulta mucho su estudio, siendo imprescindible dejarse guiar exclusivamente por los datos constatados que nos ofrecen los yacimientos (Rivera, 2010).

Con estas premisas podemos iniciar, con cierto fundamento, el estudio de las manifestaciones simbólicas que vemos con claridad a partir del inicio del Paleolítico Superior (expresiones gráficas) o incluso analizar con mayor profundidad las que vemos en el Paleolítico Medio (enterramientos).




¿Qué se puede pensar ante unas pinturas realizadas en el interior de una cueva en zonas alejadas del hábitat, o que no han sido ocupadas nunca? Las respuestas estarían limitadas por varios condicionamientos:

- Contexto cognitivo en el momento en que se crearon.
- Limitaciones conductuales señaladas por las características del estructuralismo funcional.
- Características generales de las conductas simbólicas en general, pues todas parten de las mismas y limitadas pautas conductuales que las producen.


Todo no es posible. El camino propuesto es sin duda nuevo, pero muy interesante pues nos ofrece diferentes pautas interpretativas a lo conocido hasta ahora. En su realización, sería más fácil eliminar de nuestro estudio lo que no pudo ser, que conocer con exactitud lo que en realidad aconteció.


* HERNANDO, A. (1999) - Percepción de la realidad y Prehistoria, relación entre la construcción de la identidad y la complejidad socio-económica en los grupos humanos. Trabajos de Prehistoria. Madrid. 56:2, p. 19-35.
* RIVERA, A. (2004) - Arqueología cognitiva. Una orientación psicobiológica. ArqueoWeb 6 1. Universidad Complutense de Madrid.
* RIVERA, A. (2009): “La transición del Paleolítico Medio al Superior. El Neandertal”. Arqueoweb 11.
* RIVERA, A. (2010): ”Conducta simbólica. La muerte en el Paleolítico Medio y MSA”. Zephyrus. Vol. LXV, 39-63..
* SHENNAN, S. (2001) - Demography and Cultural Innovation: a model and its implications for the emergence of modern human culture. Cambridge archaeological journal. Cambridge. 11: 1, p. 5-16.

viernes, 6 de agosto de 2010

Conductas ante la muerte en el Paleolítico

El tema de la conducta paleolítica relacionada con la muerte siempre ha suscitado una importante controversia sobre la realización intencionada o no de las posibles tumbas encontradas en diversos yacimientos. Sobre todo en las pertenecientes al Paleolítico Medio, y más aún las relacionadas con el Neandertal. El problema se ha enfocado siguiendo los métodos que la Arqueología ha dispuesto desde su inicio como ciencia. Es decir, identificar el yacimiento en el tiempo y el espacio, así como obtener de sus características físicas (objetos y huesos) y conductuales (simbolismo, intenciones, relaciones, etc.) todo aquello que pueda aportar al estudio de la conducta humana.

Sin embargo, en este procedimiento se aprecia la falta de unos factores de gran importancia para el estudio de la conducta humana. Serían los aspectos cognitivos de las poblaciones humanas que crearon tales yacimientos. Esta ausencia facilita la desaparición de los impedimentos cognitivos que limitan y encauzan la conducta humana, por tanto todo lo que podamos imaginar parece teóricamente posible, lo que es evidente de que no puede ser cierto, y si lo fuera habría que aportar una adecuada fundamentación científica.

Con esta actitud se aplica automáticamente conductas cognitivas que conocemos en la actualidad (de todas las culturas humanas conocidas), sin que tengamos ninguna seguridad de que tal aplicación sea la correcta. Efectivamente, ¿quién se ha preocupado por las posibilidades cognitivas de esas poblaciones paleolíticas? Como se desconocen, y a pesar de imaginemos que serían diferentes, aplicamos lo conocido. Sería la conducta humana más corriente, trasladar nuestro conocimiento y experiencia a lo que no conocemos, hasta que se descubran nuevas formas de afrontar estos cuestiones. Sin embargo, para el uso de tales prácticas sean útiles hay que simplificar el problema lo máximo, pues la complejidad conductual se explica muy mal con argumentos elementales. Así, ante el hecho de los entierros musterienses el dilema se simplifica: si el entierro se realizó intencionadamente, es que sus creadores poseían un simbolismo que plasmaron en la tumba. Tal simbolismo se relaciona automáticamente con las ideas religiosas de otra vida o mundo espiritual. Es patente que se ignora la realidad del continuum del desarrollo cognitivo y conductual que va a configurar los diversos estados intermedios que conforman las características de la evolución conductual humana. Además, se olvidan numerosas connotaciones que la realidad de la muerte presenta en todas las sociedades humanas y, que se quiera o no reconocerlo, siempre están presentes en esas circunstancias.

La muerte de todo ser vivo desencadena una importante serie de reacciones biológicas y psicológicas que dificultan la convivencia en el mismo lugar del óbito. Nada más ocurrir, como consecuencia del inicio de los mecanismos de descomposición biológica, se produce una obligada reacción social (activa o pasiva) entre el resto de los componentes del grupo ante una serie de fenómenos que son difíciles de soportar (las fases de descomposición orgánica, olores, invasión de insectos, etc.). También, se originaría una fuente de atracción de los animales carnívoros o carroñeros, lo que pondría en peligro la propia integridad del grupo. Por último, pero fundamental en el género Homo, hay que tener en cuenta sus particulares procesos cognitivos (emocionales, sociales, etc.), que se irían complicando según se creaban y desarrollaban sus respectivas capacidades cognitivas (estados intermedios).

Hay que destacar las muertes en el hábitat por enfermedades (sin aparente causa-efecto), pues causarían un desconcierto en sus familiares y compañeros. Entre los primates actuales la presencia de un cadáver, más aún el de un infante, produce un desasosiego entre sus familiares (madre o miembros del grupo más cercanos), que se soluciona con el abandono definitivo del mismo fuera de la zona de acampada, y la marcha a otros lugares (Goodall, 1986). Por tanto, toda muerte en el hábitat, y posiblemente con otras connotaciones fuera de él, induce a una respuesta con dos aspectos diferentes (sanitarios y añadidos), pero que no siempre se dan juntos.

I. Carácter sanitario. Sus características dependerán de las costumbres establecidas por la sociedad y del desarrollo cognitivo que hayan alcanzado.
- Desplazamiento, ya sea con el traslado del difunto a lugares lejanos y su posterior abandono, o por medio del desplazamiento del grupo a otras zonas dejando el cadáver en el lugar donde ocurrió el óbito. Es la conducta de los grandes monos actuales (Goodall, 1986).
- Desaparición, por medio de su ocultación en un lugar cercano, pero con ciertas características que permitieran evitar todos los inconvenientes anteriores. El enterramiento cerca del lugar de habitación puede ser una solución, pues al estar tapado por tierra y/o piedras se evitan todos los problemas ya señalados. En las cuevas, la existencia de simas facilita mucho tal labor, ya que con arrojar el cadáver en ellas se obtiene una rápida y práctica solución. Parece ser la conducta más idónea para sociedades con un hábitat bien definido, siendo el desplazamiento del grupo a otro lugar poco práctico. La mayoría de los enterramientos realizados en las cercanías o en el mismo lugar del hábitat pueden requerir la construcción de una estructura que lo posibilite. La excavación de un agujero donde colocar el cadáver, la mayoría de las veces encogido pues así se necesita menos espacio, y el posterior taponamiento con tierra, losas de piedra o simplemente piedras, constituye la forma más habitual entre las tumbas realizadas en el mismo lugar de hábitat con anterioridad al Paleolítico Superior. La colocación de losas de piedra en los bordes de la fosa permitiría una mejor ubicación del cadáver, e indicaría cierto desarrollo de la capacidad de estructuración espacial, que ya existía con limitado desarrollo al final del Paleolítico Medio en diversas áreas geográficas. La incineración es otra forma de deshacerse del cadáver, pero conlleva un alto coste de energía y tiempo para que sea eficaz. Sin embargo, es frecuente encontrar restos óseos (con indicios o no de enterramiento) relacionados con el fuego de los hogares o con huesos quemados próximos a ellos. Otra forma sería el canibalismo, pues con su uso desaparecen todos los inconvenientes sanitarios y, además, sería una fuente de nutrientes.

II. Respuestas añadidas (sociales, emotivas y/o espirituales). Hay que admitir que un enterramiento intencionado no tiene por qué tener siempre asociada una motivación simbólica. Tradicionalmente, la posibilidad de cierto simbolismo se ha supuesto por la complejidad estructural de la inhumación y/o por la presencia de objetos, colorantes o huesos de animales, que sólo podrían justificarse por la existencia de un mayor interés por el difunto, ya sea familiar y/o social, o por creencias metafísicas. Algunos autores (Stringer y Gamble, 1996; Gargett, 1999) no creen que las posibles inhumaciones del Paleolítico Medio sean fruto de un comportamiento simbólico ni intencionado, sino por causa de alteraciones locales de sedimentación, o por la conducta de los depredadores en las cuevas y abrigos. No obstante, sus oponentes (p. e. Riel-Salvatore y Clark, 2001; Pettitt, 2002; Trinkaus y Zilhao, 2002) tampoco aportan datos concluyentes sobre la existencia de un complejo simbolismo, simplemente indican la posibilidad de su existencia, pero con escaso fundamento científico. El análisis del simbolismo humano, en los periodos poco desarrollados de la evolución cultural, habría que realizarlo sobre las características cognitivas de la propia sociedad que lo produjo. Para ello sería necesario poder estudiar sus capacidades y desarrollo cognitivo, para comprobar que fueron suficientes como para producir tal conducta sospechosa de simbolismo. En este sentido, es difícil aceptar que la conducta mortuoria del Paleolítico Medio tuviera un nivel mayor de desarrollo que el alcanzado en las conductas de supervivencia (tecnología, logística, relaciones sociales, etc.). Es preciso adquirir previamente los conceptos de conciencia reflexiva o autoconciencia para su desarrollo, pues no podemos atribuir a otros humanos conceptos simbólicos de carácter metafísico, si antes no somos concientes de nuestra propia existencia y la del muerto.

La muerte, sobre todo en los casos en los que la relación causa-efecto es difícil de establecer, es un proceso biológico de compleja asimilación y comprensión por parte de sociedades con desarrollos cognitivos-culturales incipientes. Ante la demanda social e individual de respuestas sobre la muerte, se producirían conductas y explicaciones (reales o imaginarias) más o menos abstractas y socialmente aceptadas. Pero para que exista una relación con los hechos espirituales es imprescindible cierto desarrollo de la autoconciencia reflexiva y cierta elaboración de los conceptos espaciales y temporales. Con estas condiciones cognitivas y la demanda social se obtendrían una serie de respuestas sobre tan enigmático proceso, entre las que destacan la creación de otro mundo de naturaleza desconocida, junto con la estructuración de unas relaciones entre la sociedad, sus muertos y ese mundo desconocido. Naturalmente, la existencia de numerosas poblaciones con independencia en la elaboración de sus propias ideas, hace que existan múltiples y diferentes concepciones sobre la forma en que construyeron tales relaciones. Ante esta variedad de soluciones sólo se puede deducir conductas en función de los datos obtenidos de los yacimientos arqueológicos y, aún así, las conclusiones tendrían una seguridad limitada.Por tanto, en toda inhumación hay que tener en cuenta otras posibles motivaciones, además de las imprescindibles sanitarias:

- Afectividad al difunto conceptuado como otro yo. Los componentes emocionales pudieron existir entre algunos de los elementos del grupo más unidos al difunto, aumentando según las capacidades cognitivas que se fueran desarrollando. Serían un factor añadido de respeto social al difunto, que podemos ver igualmente al final del Paleolítico Medio (Defleur, 1993). Puede relacionarse con los enterramientos de personas con algún significado social especial, lo que obligaba de alguna manera a su cuidado por tener lesiones importantes que les impedirían sobrevivir por sí solos. Con estas conductas se evitaría la acción de los carroñeros, realizando estructuras sepulcrales más compactas o estructuradas. Destacan como factor emocional el entierro de niños, pues en las tumbas encontradas en los lugares de habitación o sus proximidades correspondieran a un enterramiento selectivo de los niños muertos en el hábitat, los cuales llagan a ser un 40% del total (Defleur, 1993).


- Aspectos de jerarquización social. Con el paulatino aumento de la autoconciencia y estructuración social, no cabe duda que la muerte de los miembros más significativos del grupo tendría un impacto social de mayor relevancia.

- Conceptos metafísicos (espirituales, mágicos y/o religiosos), encaminados a satisfacer las necesidades derivadas de la creación de las ideas sobre la muerte y la espiritualidad que se hayan establecido socialmente. Para poder atribuir un simbolismo de este tipo a un enterramiento o a una antropofagia ritual es imprescindible la existencia de conceptos sobre la conciencia reflexiva, lo suficientemente elaborados como para tener conciencia de nuestra propia existencia y la de los demás dentro de un amplio concepto temporal y espacial. Así mismo, es preciso un tiempo de desarrollo de las ideas espirituales o mágico-religiosas que aplicar a la propia inhumación (simbolismo reflexivo de carácter espiritual o trascendente), lo que sólo se encuentra con seguridad en el Paleolítico Superior.

De todos estos temas trata el último articulo que he publicado en la revista Zephyrus (Rivera, 2010), y que puedo resumir en los siguientes apartados:
- Enfoque metodológico del simbolismo.
- Desarrollo cognitivo durante el Paleolítico medio y el MSA.
- Conductas funerarias del Paleolítico medio y MSA africano
- Aplicación de la metodología elaborada a los datos del registro arqueológico: conclusiones.


* GARGETT, R. H (1999): “Middle Palaeolithic burial is not a dead issue: the view from Qafzeh, Saint-Cézaire, Kebara, Amud and Dederiyeh” Journal of Human Evolution. 37, pp.27-90.
* GOODALL, J. (1986): The Chimpanzees of Gombe: Patterns of Behavior. The Belknap Press of Harvard University Press. Cambridge, Massachusetts, London.
* PETTITT, P. B. (2002): “The Neanderthal dead: exploring mortuary variability in Middle Palaeolithic Eurasia”. Before Farming. 1 (4), pp, 1-19.
* RIEL-SALVATORE, J. y CLARK. G. A. (2001): “Grave Markers Middle and Early Upper Paleolithic Burials and the Use of Chronotypology in Contemporary Paleolithic Research”. Current Anthropology. 42 (4), pp. 449-478.
* RIVERA, A. (2010): ”Conducta simbólica. La muerte en el Paleolítico Medio y MSA”. Zephyrus. Vol. LXV, 39-63.
* STRINGER, C. y GAMBLE, C.(1996): En busca de los Neandertales. Crítica, Barcelona.
* TRINKAUS, E. y ZILHAO, J. (eds) (2002): Portrait of the Artist as a child: the gravettian human skeleton from the Abrigo do Lagar Velho and its archeological context. En Social Implications. Trabalahos de Arqueología. 22, pp.  519-541. Instituto Portugues de Arqueología. Lisboa.