lunes, 26 de julio de 2010

Uso de pigmentos en el Paleolítico Medio

La aplicación de la tecnología en el estudio de los restos arqueológicos, por minuciosos que estos sean, está ofreciendo importantes datos sobre la realidad cotidiana que los humanos del paleolítico vivieron. Un reciente estudio con estas connotaciones corresponde al realizado en los niveles musterienses de la cueva de Skhul (Israel), zona donde en el Paleolítico medio vivieron tanto humanos modernos como neandertales (D´Errico et al. 2010). Hasta la fecha actual desconocíamos si tuvieron una convivencia real, pues no hay pruebas arqueológicas ni paleontológicas de ello. Sin embargo, los muy recientes estudios sobre el genoma del neandertal parecen indicar que en esa zona, y sólo en ella, tuvieron lugar un limitado cruce biológico entre los dos grupos humanos. 



Cráneo número 5 de Skhul (90.000 BP) Humano Anatómicamente Moderno.


Sin embargo, el estudio de limita al nivel B de la cueva de Skhul, en el que se encontró una tecnología musteriense levantino tipo Tabun C (Torre y Domínguez-Rodrigo, 2001), así como diversos enterramientos de humanos modernos, por lo que sus resultados se limitarían a los creadores del yacimiento (HAM), no pudiéndose aplicar a los neandertales. Concretamente se refieren al descubrimiento de una serie de pigmentos (cuatro de diferentes colores: amarillo, naranja, rojo) que además fueron calentados hasta 300 ºC. Los autores indican que se trataba de una previa recolección de materiales de diversas tonalidades y composiciones químicas, que al calentarlas cambiarían de color, lo que puede tener implicaciones directas sobre la conducta simbólica humana en ese lejano periodo. El tema principal y trascendente de tales estudios sería precisar en lo posible el inicio de un comportamiento simbólico en el paleolítico. Con ello se indicaría la posibilidad de conductas modernas y/o simbólicas en el Paleolítico medio, pero es prácticamente imposible precisar sus características. Siempre se ha intentado relacionar el uso del ocre en este mismo periodo con connotaciones religiosas, mágicas e incluso con su relación con la vida después de la muerte, lo que podría aplicarse a estos pigmentos. El problema no es la relación de tales pigmentos con conductas relacionadas con un simbolismo concreto, lo que indicaría una conducta que podríamos denominar como moderna, sino la falta de un método de análisis que nos indicase si tal simbolismo era posible, y, si es así, al menos que características generales presenta.

Por otro lado, la utilidad contrastada de estos minerales para el tratamiento de las pieles, incluso como antiparasitario, hace que la exclusiva idea de su asociación con un simbolismo sea difícil de mantener. Paralelamente, la conducta de tales yacimientos (Musteriense levantino) solo indica un simbolismo poco elaborado, posiblemente de base lingüística, como para poder relacionarlo con el inicio de conductas religiosas.

Lo que sí parece claro, incluso con independencia del método usado en el análisis, es que la dicotomía de Paleolítico medio sin simbolismo y superior con simbolismo no parece cumplirse. Sin embargo, no debemos limitarnos en esta simple conclusión, sino profundizar en la heterogénea evolución temporal y espacial que significo la evolución cognitivo y cultural de los humanos del periodo (HAM y neandertales). Cada uno de ellos, con sus peculiares capacidades cognitivas, iría desarrollando una serie de estados intermedios caracterizados por los datos de sus respectivos yacimientos.

* D´Errico. F; Colette Vignaud, H. S. y Stringer, CH. (2010): "Pigments from the Middle Palaeolithic levels of Es-Skhul (Mount Carmel, Israel)". Journal of Archaeological Science.
* Torre, I y Domínguez-Rodrigo, M. (2001): "¿Diferencias conductuales entre neandertales y humanos modernos?: El caso del Paleolítico medio en el Próximo Oriente". Trabajos de Prehistoria, 58 (1): 29-50.

domingo, 18 de julio de 2010

Racionalización del simbolismo

El estudio del simbolismo humano durante el paleolítico representa uno de los problemas sobre el que menos se ha avanzado. No es que no se hayan realizado numerosos intentos, sino que sus conclusiones distan mucho de satisfacer mínimamente a la comunidad científica que se interesa por estos temas. Pienso, que su principal problema no reside ni en la falta de interés, ni en esfuerzos realizados en su comprensión, sino en la falta de un método adecuado, que ofrezca las herramientas precisas para encauzar tan arduo problema científico. Las formas metodológicas usadas hasta ahora por la comunidad prehistórica se han mostrado insuficientes, visto lo parco de sus conclusiones y de sus fundamentos teóricos. Usaré un ejemplo conocido por todos: la Venus de Tan-Tan (Wikipedia).

Esta posible estatuilla parece ser una figura antropomorfa, de unos seis centímetros de alto, cuyo soporte es un guijarro de cuarcita. Éste tiene varias hendiduras que le confieren su característica morfología: algunas de ellas son naturales y otras, al parecer, artificiales; además, conserva restos de ocre. Dado que fue hallada en una excavación arqueológica, en un contexto propio del Paleolítico Inferior, ha sido datada, aunque con muchas dudas, en torno a los 200 000-300 000 años de antigüedad (algunos científicos retrasan esta fecha hasta los 400 000 años); es, en cualquier caso, contemporánea de Homo heidelbergensis.

La supuesta figura fue descubierta en 1999 por el equipo de excavaciones del arqueólogo alemán Lutz Fieldler, en la localidad de Tan-Tan (Marruecos). El contexto arqueológico que acompañaba a la figura era, sin lugar a dudas, un Achelense medio evolucionado con numerosos bifaces y utensilios sobre lasca.
Sin embargo, desde el principio la pieza ha suscitado la controversia, ya que, para algunos arqueólogos no es más que un objeto natural casualmente antropomorfo. Entre ellos, destacamos al profesor Stanley Ambrose de la Universidad Urbana-Champaign de Illinois, quien sostiene que estamos ante un guijarro de morfología fortuita y accidental, producto de la erosión; aunque reconoce las marcas de percusiones que tiene la pieza, para él se deben a que pudo haber sido utilizada como yunque y, aunque, efectivamente, tiene restos de una sustancia grasienta con algo de ocre, es posible que ésta hubiese sido usada como conservante en las pieles de animales (hecho común en la Prehistoria); niega, por tanto, que el ser humano haya potenciado deliberadamente la forma humana en este «pedrusco».

Por su parte, muchos estudiosos se han apresurado a aceptar la veracidad del descubrimiento, basándose en los análisis del experto Robert Bednarik presidente de la Federación Internacional de Organizaciones sobre Arte Rupestre. Éste reconoce que el origen de la roca es natural, opina que algún “artista” prehistórico profundizó conscientemente sus rasgos, para hacerlos más humanos, por medio de incisiones y percusiones intencionales; además de pintarla de color ocre (óxido de manganeso y óxido de hierro), sustancia que no aparece en ningún otro artefacto de los encontrados en la excavación y que, a menudo, se ha asociado al ámbito espiritual en la Prehistoria.

Como podemos apreciar todas las opiniones se basan en las conclusiones particulares, tanto a favor como en contra, de sus estudiosos en función de las características estilísticas de la pieza. Como es lógico, si se admite la producción intencionada de la estatuilla, se considera que unido a ella debía de haber cierto simbolismo, que al relacionarse con el uso del ocre pasa automáticamente a ser de carácter religioso.

Proceso similar pasa con los enterramientos Musterienses, en los que el admitir que fueron intencionados significa su relación con practicas religiosas complejas, en los que cualquier elemento que se encuentre en sus cercanías se convierte en un ajuar que utilizaría el difunto en el otro mundo. Lo opuesto, sería que ningún enterramiento de esta época fue intencionado, sino fruto del azar, acciones geológicas y los carroñeros. Lo peor de estas teorías, tanto las de que están a favor como las que se sitúan en contra, es que carecen de argumentos científicos que justifiquen la motivación o la falta de ella en la realización de estas posibles conductas funerarias. Ante la falta de otros argumentos científicos, sus deducciones se limitan a justificar el simbolismo religioso por medio de la intencionalidad del enterramiento. Otros, sin llegar a un simbolismo religioso, se limitan a pensar en un desconocido simbolismo relacionado con los enterrados. 

Enterramiento neandertal de Chapelle Aux-Saints (Francia)

Surgen varias preguntas, entre las cuales destacan las siguientes:
¿Porqué un enterramiento intencionado tiene que tener un fundamento religioso?
¿Cómo se origina el simbolismo en la especie humana, tanto en su ortogenia como en su filogenia?
¿Cuáles son los componentes más elementales, y por tanto primigenios, del simbolismo?
¿Cómo se desarrolla y qué condiciones medioambientales precisa para su evolución?

En definitiva, anta la falta de respuestas lo que realmente falta es una Racionalización del simbolismo, por medio de un método adecuado. El principal problema es que no parece que existan corrientes metodológicas que intenten realizar estos cometidos. En este sentido, dentro de la Arqueología cognitiva que estoy desarrollando he acometido un intento de análisis del simbolismo paleolítico, el cual responde en gran medida las preguntas que antes señalé. Se ha publicado recientemente en la revista Zephyrus:


Su resumen es el siguiente:

El simbolismo es la principal característica de la conducta humana, pero sigue siendo desconocido en muchos aspectos. Se realiza un análisis estructural del simbolismo humano, por medio de una síntesis metodológica elaborada con las aportaciones de varias ciencias relacionadas con los seres humanos (Biología evolutiva, Neurología, Psicología y Sociología). Tal síntesis ha dado lugar a un modelo Psicobiológico sobre el comportamiento humano, que nos permite elaborar un método adecuado para el estudio del simbolismo, desde su origen hasta su plena manifestación con las características actuales. Posteriormente, se aplicaría a las conductas funerarias que se conocen del Paleolítico Medio de Europa, del Próximo Oriente y del MSA de Sudáfrica, para valorar la intencionalidad de los enterramientos, junto con el posible simbolismo asociado a ellos. También, se estudiará la antropofagia como forma de eliminación de los cadáveres en este periodo, intentando comprender si se realizaba como conducta de supervivencia o asociada a elementos simbólicos similares a los relacionados con los enterramientos.

miércoles, 7 de julio de 2010

Lenguaje y evolución

Tradicionalmente, la relación entre lenguaje y evolución casi siempre se ha establecido en función de los cambios anatómicos. El concepto de que el lenguaje es un proceso biológico mediado por la estrecha interconexión de las características evolutivas, psicobiológicas, sociales, demográficas y ambientales en general de sus poseedores, parece que aunque se intuía tal apreciación su repercusión en los estudios prehistóricos ha sido prácticamente nula. Siempre se ha relacionado la capacidad de vocalización sonora (aparato fonador regulado por el cerebro) como la prueba real de la producción lingüística. Así, cualquier desarrollo evolutivo de cualquier componente anatómico relacionado con ese aparato fonador (boca, faringe, laringe, etc.), o de los centros neurológicos aparentemente relacionados con su control (p. e. el área de Broca), ha sido visto como un claro exponente del desarrollo lingüístico de sus poseedores. El limitado concepto de que los cambios biológicos mediados por la evolución tenían que ofrecer alguna ventaja y superar los efectos de la Selección Natural, tan usado en los medios paleontológicos y arqueológicos, llevaba inexorablemente a tal conclusión.

En este sentido, se comparó la anatomía fonadora humana con la del resto de los primates conocidos. La diferencia fue evidente, aunque se concluyó que se podía aceptar un cierto lenguaje en los monos, aunque con una gran limitación en su articulación sonora, con lo que la capacidad de articular sonidos para formar las palabras quedarían como una propiedad humana que le distinguiría del resto de los animales. Naturalmente, hay que destacar la diferencia cognitiva que nos separa.

Tan centrados estábamos en la aparente marcha ascendente de la evolución que no se ha tenido en cuenta un hecho muy importante (lo pasamos por alto, o lo ignoramos por molesto). En la naturaleza encontramos una larga serie de aves (loros, papagayos, periquitos, etc.) que pueden articular perfectamente los mismos sonidos que tan ufanamente nos atribuimos en exclusividad. Estas aves pueden emitir sonidos que son fácilmente confundidos con los producidos por los humanos. Seguro que muchos habrán encontrado rápidamente la enorme diferencia que nos separa de este conjunto de aves tan particulares. Tampoco pueden pensar, limitándose sus actuaciones sonoras a la simple repetición de unos sonidos que han aprendido con anterioridad.



Ante estos hechos nos podemos preguntar: ¿Con qué finalidad la evolución creó esta alta capacidad de articulación sonora a estos animales, si no les suponía ninguna ventaja selectiva? La primera conclusión que sacamos es que el proceso biológico que denominamos como evolución es mucho más complejo que la simple idea del cambio evolutivo por mutaciones genéticas y su posterior paso a la Selección Natural (Paleontología, Biología evolutiva, Genética y Arqueología en la transición).  


La segunda es que no es lo mismo capacidad de realizar una determinada conducta que su propia realización. Las capacidades evolutivas deben entenderse como posibilidades que tienen que realizarse dependiendo de las características del medio ambiente en el que nacen, crecen y procrean. El ser humano puede hablar (tiene esa capacidad), pero sólo puede realizar o desarrollar si crece en un medio social que posea ya este desarrollo lingüístico. Tal conclusión se conoce como el período crítico de adquisición del lenguaje.

Por tanto, no deja de ser curioso que en la naturaleza existen animales (p. e. Los primates) que tienen una importante limitación para articular sonidos, y sin embargo tienen un lenguaje con cierta complejidad (intencionado para transmitir lo que piensan, socialmente comprendido y con consecuencias en su conducta), mientras otros (estas aves), que sí pueden articular fácilmente sonidos, carecen de un lenguaje de estas características.

¿Dónde se encuentra la clave de la diferencia del lenguaje humano con el resto de los seres vivos? Parece ser que la capacidad de articular sonidos no constituye la diferencia que mayor importancia pueda tener. Existe un numeroso grupo de seres humanos que no puede articular palabras por ser mudos, es decir, sordos que no han aprendido a articular los sonidos del lenguaje, pero que tienen un lenguaje de signos que hace el mismo papel que pueda tener el lenguaje sonoro. Si la clave no radica en el medio empleado para transmitir lo que pensamos, la gran diferencia debe centrarse precisamente en la cualidad de lo que queremos transmitir y la capacidad de entenderlo, es decir, en las características de nuestro pensamiento.

Por tanto, en función de las particularidades que haya alcanzado nuestro pensamiento, así de complejo será el lenguaje que tengamos. En este sentido, el lenguaje admite amplios márgenes, pues varía desde ser una simple exposición simbolizada por medio de sonidos y/o gestos de nuestros pensamientos, hasta alcanzar niveles propios de las sociedades modernas. Lo que ocurre cuando es capaz de tener, en su desarrollo cotidiano, las abstracciones que más nos caracterizan: el simbolismo de nuestra identidad personal y social, correctamente ubicados en las coordenadas del tiempo y del espacio, y de todas las posibilidades de conducta simbólica que de ellos se derivan.

Con estas ideas, el aspecto lingüístico del lenguaje (articulación sonora y/o gestual) es simplemente el aprovechamiento de unas cualidades evolutivas para lograr un fin de mayor trascendencia, la comunicación de nuestros pensamientos al resto de la sociedad (emisión y comprensión).

El rastreo evolutivo del lenguaje en nuestro linaje se ha desarrollado por medio de la Paleoantropología, donde inexorablemente los factores anatómicos han sido prácticamente su única vía de acción, como parece natural teniendo en cuenta las características metodológicas de tal disciplina. El testimonio paleontológico es el único sobre la realidad de los cambios anatómicos en el curso de la evolución, pero actualmente no es capaz de indicar con claridad los caminos seguidos en tal complejo proceso y de tan larga duración. Respecto de la evolución lingüística siempre se han tenido en cuenta los desarrollos evolutivos del aparato fonador. En este sentido, destacan el descenso de la laringe (Laitman, 1983), la angulación de la base del cráneo (Lieberman, Pearson y Mowbray, 2000), el grosor de los nervios Hipoglosos (Kay et al, 1998) o el desarrollo del canal medular (Wynn, 1998). Sin embargo, todos estos datos sólo indican la posibilidad de emitir una gran variedad de sonidos (propios de los seres humanos), pero no de su uso como un lenguaje simbólico (Rivera, 1998, 2002, 2005). También ofrecen datos sobre la evolución anatómica del cerebro, destacando las áreas de Broca y Wernicke con una relación lingüística clara. En general, la confirmación de todos estos datos paleontológicos sobre un uso lingüístico sólo es indirecta, y siempre dentro de la interpretación que ofrece el darwinismo tradicional, es decir, si hubo una evolución neurológica y del aparato fonador alguna ventaja selectiva tendrían para ser seleccionados positivamente. No obstante, como la información arqueológica nos indica, la realidad parece caminar por diferentes caminos interpretativos (el lenguaje del Neandertal).

Si el lenguaje está íntimamente relacionado con la conducta (constituyendo una de sus manifestaciones más importantes), su rastreo evolutivo debería haber interesado a las ciencias que estudian los procesos conductuales humanos, actuales (Neurología, Psicología, Sociología y Biología evolutiva) y del pasado (Prehistoria y Arqueología), lo que evidentemente sólo se ha realizado de una forma muy limitada y poco considerada por los medios académicos tradicionales. La Prehistoria es la ciencia que intenta analizar lo que pudo ocurrir en los primeros periodos de nuestro desarrollo cultural. En este caso, la Arqueología cognitiva (orientación psicobiológica), por coordinar las fuentes teóricas de las ciencias reseñadas anteriormente, puede ser la metodología que mejor parece adaptarse en el estudio de tan complejo proceso humano. Lo que he intentado mostrar a lo largo de los numerosos pots de este blog.

* Kay, R. F.; Cartmill, M. y Balow, M. (1998), “The hypoglossal canal and the origin of human vocal behavior”. Proceedings of the National Academy of Sciences USA, 95.5417-19.
* Laitman J. (1983), “The evolution of the hominid upper repiratory system and implications for the origins of speech. Glossogenetics: The Origin and Evolution of Language”. Proceedings of the International Transdisciplinary Symposium on Glossogenetics. Eric de Grolier (ed.), 63-90. Paris. Harwood Academic Publishers.
* Lieberman, D. E.; Pearson, O. M. y Mowbray, K. M. (2000), “Basicraneal influence on overall cranial shape”. Journal of Human Evolution 38: 291-315.
* Rivera, A. (1998), “Arqueología del lenguaje en el proceso evolutivo del Género Homo”. Espacio, Tiempo y Forma. Serie I, Prehistoria y Arqueología 11. Madrid. UNED.
* Rivera, A. (2004), “Arqueología cognitiva. Una orientación psicobiológica”. ArqueoWeb 6 (1). Universidad Complutense de Madrid.
* Rivera, A. (2005), Arqueología cognitiva. El origen del simbolismo humano. Madrid. Arcos/Libros
* Wynn, T. (1998), “Did Homo Erectus Speak?”. Cambridge Archaeological Journal, 8:1.