domingo, 10 de marzo de 2013

Autoconciencia y Arqueología

La Arqueología, Prehistoria o Antropología prehistórica intentan estudiar la conducta del linaje humano en todo su desarrollo evolutivo. Para su logro, utilizan los métodos que sus respectivas disciplinas han elaborado a lo largo de su desarrollo como ciencia. Sus logros son importantes en todos los campos, aunque existen notables diferencias en diversos aspectos. Mientras que en el estudio del dónde y cuándo del inicio y desarrollo de la conducta humana cada vez se conoce mejor evolución en el Paleolítico, en los criterios del porqué y cómo de su producción los avances son mucho más lentos. La respuesta a tal diferenciación es obvia, pues mientras que en el primer caso estas ciencias se han mostrado eficaces mediante el estudio de los yacimientos arqueológicos, en el segundo caso carecen de métodos adecuados para el logro de sus metas: la comprensión de la conducta humana como consecuencia de las capacidades cognitivas adquiridas evolutivamente.

En los medios arqueológicos se aprecia poca inquietud por resolver la carencia metodológica que limita la comprensión del segundo caso. Su causa puede radicar en una aparente falta de necesidad, consecuencia de criterios evolutivos muy genéricos que explican el proceso de forma demasiado elemental. La concepción del proceso biológico de la evolución como una simple expresión de las mutaciones genéticas, junto con la falta de comprensión de la realidad psicobiológica del género Homo, han llevado a considerar las causas del porqué y del cómo de los cambios conductuales como meras manifestaciones de las mutaciones genéticas producidas durante todo el proceso evolutivo. Con estos criterios, cada vez que se produce un cambio conductual importante, son muchos autores los que opinan que se pudo deber a una mutación que favoreció tal cambio, lo que significando una mejora adaptativa superó los impedimentos de la selección natural.

No obstante, el registro arqueológico, que como manifestación del cuándo y dónde de los cambios conductuales es un diario de gran valor, no aporta datos sobre tal teoría sino todo lo contrario. En los intentos de establecer una correlación entre las capacidades cognitivas humanas y los datos arqueológicos, Colin Renfrew descubre lo que ha denominado como sapient paradox. Conocemos que la base biológica de nuestra especie se estableció hace más de 100.000 años, mientras que las primeras muestras arqueológicas de un comportamiento sabio (simbólico y complejo) no aparecen hasta fechas que sitúa sobre el 60.000 BP (p.e. en África en Bomblos), pero las conductas propias de nuestro sabio cerebro no se establecieron hasta mucho después de forma definitiva hasta el inicio del Paleolítico superior (40.000 BP en Europa). Con estas consideraciones arqueológicas las conductas con un complejo simbolismo (religión, lenguaje, arte, etc.) se ven más como trayectorias de un desarrollo cultural que como consecuencia de una innata capacidad biológica producida por una específica mutación. Hay que pensar que los cambios conductuales que se aprecian en el inicio de las culturas del Paleolítico superior puedan considerarse como productos emergentes o emergencias conductuales (Renfrew, 2008).   

La Arqueología cognitiva de Renfrew explica hechos muy importantes de la forma en que se ha ido desarrollando la conducta humana, pero ha tenido poco calado en los autores que de forma más tradicional han continuando explicando el registro arqueológico con criterios que no incluyen sus conclusiones. Tal forma de actuar, que además es contraria a lo que la Neurología y Psicología actuales indican, atribuyen un carácter independiente a cada uno de los procesos cognitivos que se pueden rastrear en los datos arqueológicos. En este contexto, la conducta simbólica (p. e. conductas con un simple aspecto religioso) puede producirse en cualquier momento, solo es suficiente encontrar un objeto (p. e. el encuentro del bifaz “Excalibur” en Atapuerca) susceptible de ser interpretado como portador de un simbolismo religioso (ajuar), para considerar al yacimiento como un ejemplo de una conducta simbólica específica y compleja (enterramiento con unsimbolismo de otra vida). Esta conclusión se realiza sin tener en cuenta el desarrollo cognitivo y conductual de la población que realizó tal conducta aparentemente simbólica. Así, se llega a la conclusión de que se puede tener un desarrollo espiritual o simbólico alto, mientras que el resto de las formas conductuales que vemos en el yacimiento indican una importante limitación para el desarrollo de conductas adaptativas, lo que limita mucho la supervivencia de la comunidad.   

No existe tal diferenciación cognitiva que posibilita una conducta simbólica compleja (conceptos religiosos) e impide un desarrollo técnico y sociocultural de igual complejidad. La Psicobiología actual y el registro arqueológico (la sapient paradox de Renfrew) van por otros caminos. Para tener unos conceptos religiosos hay que tener también un adecuado desarrollo de la autoconciencia y de los conceptos temporales y espaciales de la realidad en la que se vive. Sin este adecuado desarrollo no es posible que existan conductas religiosas, por muy simples que sean, por lo que hay que buscar otras causas que justifiquen tales conductas (p. e. enterramientos intencionales en le Paleolítico medio).  


La autoconciencia humana


La autoconciencia humana en un proceso que se gestó en el paleolítico, indudablemente con una base de evolución biológica (evolución cerebral) y un medio ambiente adecuado para la estructuración funcional de ese cerebro. Desde la limitada conducta del Homo habilis a la que presentaba el Homo sapiens en el Paleolítico superior hay una enorme diferencia en su conducta, que no puede explicarse solamente con fenómenos de simple adaptación a medios más o menos hostiles. Sin embargo, la introducción del problema de la autoconciencia en la Arqueología está muy poco  desarrollada, pues en los yacimientos arqueológicos existen muy pocos datos sobre su inicio y evolución, ni tampoco existe un método que facilite su estudio. Este tema es crucial para la compresión de la conducta humana en el paleolítico, pues es el logro de niveles adecuados de autoconciencia lo que facilitarían el inicio de otras conductas más complejas. Sería la consecuencia de un desarrollo de la reflexividad cognitiva que se adquiere (p. e. adecuar las respuestas a las vivencias del momento mediante el uso de los datos de la memoria, teniendo en cuenta la realidad personal y social en un tiempo y espacio determinado) y de la flexibilidad conductual (posibilidad de cambiar de conducta con mayor facilidad y rapidez). Pero tales ideas sólo se pueden adquirir por medio de una mínima compresión de la información que la Neurología y Psicología nos aportan en la actualidad. De ahí la necesaria utilización de formas metodológicas de corte interdisciplinario. Con estas premisas podemos preguntarnos sobre nuestra autoconciencia la siguiente cuestión:

¿Es la autoconciencia una facultad heredada que siempre se manifiesta en nuestra especie, o corresponde a una capacidad evolutivamente adquirida, que se desarrolla gracias a la influencia del ambiente social y cultural en el que nacemos y vivimos?

La Arqueología (sapient paradox de Renfrew) y los datos psicobiológicos actuales indican que la relación de su aparición se establece con características psicobiológicas de las capacidades cognitivas evolutivamente adquiridas y las particularidades medioambientales en las que se vive. Con su desarrollo adecuado y mutua interrelación, van a dar lugar a nuestra conciencia reflexiva. Sin un ambiente adecuado tal propiedad cognitiva no se manifiesta, o lo hace de forma inadecuada. En este sentido, sería la utilización de específicas informaciones aprendidas del medio social, que facilitan el desarrollo de una conducta con características especiales (Marina, 1998). Podríamos definirla, a pesar de la importante controversia que existe al respecto, como el conocimiento subjetivo que tenemos sobre nuestros propios procesos mentales, de la información que recibimos, de los actos que realizamos y de nuestra relación con los demás. Por tanto, la conciencia reflexiva o autoconciencia corresponde a una capacidad cognitiva, con cierto carácter innato en función de su posibilidad de desarrollo, que para que se manifieste en la conducta es necesario una estimulación y aprendizaje adecuados, por medio de un entorno sociocultural concreto. De esta concepción aparece el concepto de emergencia conductual.

Actualmente, son muchos los autores que están de acuerdo que tal proceso es una propiedad emergente del cerebro. El concepto parece nuevo, aunque tiene relación con la concepción de exaptación evolutiva, pues se basa en el mismo principio, aunque con enfoques diferentes (psicológicos y evolutivos). El profesor de Filosofía John R. Searle, en su libro “El misterio de la conciencia” ofrece una definición muy precisa (2000):  

Una propiedad emergente de un sistema es una propiedad que se puede explicar causalmente por la conducta de los elementos del sistema; pero no es una propiedad de ninguno de los elementos individuales, y no puede explicar simplemente como un agregado de las propiedades de estos elementos. La liquidez del agua es un buen ejemplo: la conducta de las moléculas de H2O explica la liquidez, pero las moléculas individuales no son líquidas.

La conciencia reflexiva es pues una propiedad emergente de la conducta (Álvarez Munárriz, 2005; Mora: 2001), resultante de la unificación funcional de otras capacidades cognitivas (mecanismos de atención seriados, memoria a corto plazo, emotividad, etc.) que, por sí solas, no explican tal propiedad, pero la suma funcional de ellas daría lugar a las propiedades de autoconciencia humana (Edelman y Tononi, 2000; Mora, 2001). El desarrollo de la conciencia reflexiva se producirá cuando las capacidades cognitivas lo permitan, y las características del medio ambiente sean las adecuadas. Si en la actualidad tales condiciones parecen obvias, en la prehistoria adquieren un protagonismo esencial. Las primeras van apareciendo con la evolución física, mientras que las segundas hay que crearlas, teniendo un desarrollo propio y diferente a la evolución neurológica.

¿Cuáles son las características del medio ambiente que favorecen la emergencia de la autoconciencia? Existen varias, y todas ellas relacionadas con los procesos sociales que ocurren en las comunidades humanas, y por supuesto relacionadas entre sí. Destacaré dos por ser las más importantes y que mejor se han estudiado:

I.- El desarrollo del lenguaje. Las funciones del lenguaje son varias (social, comunicativa y cognitiva), de ellas la tercera es la menos conocida pero no por ello menos importante. La Función cognitiva (comunicación interna) sería una interacción cognitiva entre el lenguaje y el pensamiento, facilitando el pensamiento racional por medio de diversos procesos internos, como son el lenguaje interno, el pensamiento verbalizado, el lenguaje intelectualizado, el procesamiento computacional de la información, el desarrollo de las capacidades de abstracción, la simbolización, la conciencia reflexiva, el aprendizaje, etc.
La utilización del lenguaje por parte del pensamiento conlleva la limitación de las características del mismo, si éste es muy limitado en concepciones abstractas, el pensamiento tendría igualmente cierta limitación en el uso de tales conceptos abstractos no aprendidos. El lenguaje es el medio por el cual aprendemos todos los conceptos abstractos (conceptos sobre la individualidad, el tiempo, el espacio, la negación, religión, arte, etc.) que nuestra sociedad haya podido ir creando a lo largo de su desarrollo. No podemos esperar que cada niño, en su crecimiento y desarrollo particular, deba ir creando todas las abstracciones que la sociedad ha originado a lo largo de su largo periplo cultural. El lenguaje es el medio por el cual el niño, de una manera rápida, guiada y ordenada, adquiere ese conjunto de abstracciones fundamentales en nuestro medio social. Igualmente, dotamos a nuestro pensamiento de una herramienta fundamental para poder desarrollar las capacidades cognitivas que nos caracterizan (lenguaje interno). El niño, al ir asimilando las abstracciones que aprende por medio del lenguaje que escucha de la sociedad en la que vive, dentro de su periodo crítico de maduración neurológica, organiza su sistema nervioso en función de las cualidades que tales abstracciones le ofrecen (Belinchón et al. 1992; Vygotsky, 1920).

II.- El desarrollo de las sociedades humanas en todos sus aspectos: social, económico, tecnológico, demográfico, etc. En este contexto de desarrollo es donde se van a producir las abstracciones que caracterizarían las cualidades del lenguaje, cuanto más complejas son las actividades de la sociedad, más elaborado serían las abstracciones que el lenguaje puede crear, recoger, almacenar y transmitir a las nuevas generaciones. Todas estos procesos sociales y lingüísticos serían las que irían creando y magnificando lo que el famoso neurocientífico Antonio Damasio (2010) denomina como autoconciencia biográfica, la cual, expresada en la complejidad del lenguaje, contribuye de forma muy significativa a crear las estructuras principales de la autoconciencia humana.


Con el desarrollo de estas condiciones sociales surge el concepto de individualidad (social y, sobre todo, personal), con el que se iniciamos el reconocimiento e interiorización de la idea abstracta del yo / nosotros en relación con el concepto de tú / otros. Pero tal emergencia conductual no es un todo o nada, sino un continuum ampliamente heterogéneo en el tiempo y en el espacio geográfico. La individualidad depende de las características lingüísticas y sociales en el que se vive, por lo que sus cualidades estarían condicionadas a sus grandes desigualdades, las cuales están bien recogidas en la historia de todas las sociedades humanas.  

Autoconciencia en el registro arqueológico

El registro arqueológico, como testigo de los avances cognitivos y conductuales humanos, nos muestra las fechas y lugares (actualmente con una credibilidad aceptable, aunque no exacta) en los que se iniciaron los cambios conductuales que reflejan el inicio de esta capacidad emergente humana. Un ejemplo del que tenemos muchos datos es la transición al Paleolítico superior en Europa.

- En el Paleolítico medio (Europa y el Próximo Oriente) las poblaciones humanas se encuentran sumergidas en la cultura Musteriense, con una tecnología lítica muy conocida, en la que las láminas son escasas y poco definidas (pero existen). El trabajo del hueso es muy escaso y se realiza con técnicas propias de la talla lítica. Los adornos conocidos son muy escasos y corresponden a productos que por su color y forma llaman la atención (plumas, piedras de colores, fósiles,  etc.). En general, se va apreciando un paulatino, aunque muy heterogéneo en el tiempo y en el espacio, desarrollo de la complejidad social, tecnológica y logística, pero no lo suficientemente desarrollado como para ofrecer las condiciones necesarias para generar una autoconciencia biográfica y un lenguaje complejo.

- Pero que no se llegue al nivel requerido no implica que se esté en el camino de lograrlo. Los primeros avances serían el inicio de la propia identificación social del grupo en contrapunto con la identificación de las demás poblaciones, es decir, a la creación del concepto de la individualidad social. En su paulatino aumento de complejidad, darían lugar a diferentes manifestaciones de tipo social, tecnológico, político y religioso dentro del propio grupo (Elías, 1990; Hernando, 2002). Así, se iniciarían los criterios de individualidad personal o diferencias particulares que surgen entre los elementos de un mismo grupo humano (autoconciencia biográfica entendida como el germen de la propia autoconciencia individual, tal y como la entendemos en la actualidad).

- Arqueológicamente se comprueba su suficiente desarrollo con la producción de cambios tecnológicos y socioeconómicos que han caracterizado al inicio del Paleolítico superior. En poco tiempo, dentro del computo temporal del paleolítico, aparecen la producción de adornos, la tecnología ósea con medios productivos específicos para tal materia prima, una tecnología lítica laminar muy definida y lograda cada vez con mayor variedad de útiles, y unos criterios de generalización espacial en todos estos avances (sociales, técnicos y simbólicos) muy importantes.

- Con relativa posterioridad se comienzan a ver las manifestaciones graficas de muy variado tipo y forma. El simbolismo inicia un desarrollo nunca visto hasta entonces. Sólo con el logro de estas premisas cognitivas (individualidad dentro de unos delimitados conceptos espaciales y temporales) es cuando pueden comenzar a desarrollarse los patrones conductuales de un simbolismo complejo, como serían los metafísicos (magia, religión, etc.), que pueden relacionarse con la aparición de las imágenes parietales y mobiliares.


- La complejidad social, tecnológica y simbólica adquieren un importante progreso, a la que hay que añadir una generalización y persistencia generacional que nunca se había visto antes. El ser humano razona mejor y es más flexible en sus decisiones y cambios de conducta, de una forma mucho más rápida de cómo lo había realizado hasta este momento.

Esta general visión arqueológica de la evolución de la conducta humana en la transición paleolítica se ajusta muy bien a las condiciones de producción de la autoconciencia humana, y sirve de ejemplo de cómo los trabajos interdisciplinares ofrecen mejores respuestas a las preguntas que podamos tener sobre nuestro pasado. 

* ÁLVAREZ MUNÁRRIZ, L. (2005): “La conciencia humana”. En: La conciencia humana: perspectiva cultural. Coord. por Luis Álvarez Munárriz, Enrique Couceiro Domínguez. Anthropos. Barcelona.
* BELINCHÓN, M.; IGOA, J. M. y RIVIERE, A. (1992): Psicología del lenguaje. Investigación y teoría. Madrid. Trotta.
* DAMASIO, A. (2010): Y el cerebro creó al hombre. Destino. Barcelona.
* EDELMAN, G. M., y TONONI, G. (2000): Un Universe of Consciousness. Basic Books, New York. 
* ELÍAS, N. (1990): La sociedad de los individuos. Ensayos. Península / Ideas. Barcelona.
* HERNANDO, A. (2002): Arqueología de la identidad. Akal. Móstoles (Madrid).
* JENKINS, R. (1996): Social Identity. Nueva York y Londers, Routledge.
* MARINA, J. A. (1998): La selva del lenguaje. Introducción a un diccionario de los sentimientos. Anagrama. Barcelona.
* MORA, F. (2001): El reloj de la sabiduría. Tiempos y espacios en el cerebro humano. Alianza Editorial. Madrid.
* SEARLE, J. R. (2000): El misterio de la conciencia. Paidos. Barcelona.
* VYGOTSKY, L. S. (1920): El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Ed. Crítica. 1979. Barcelona.