La división del Paleolítico en tres grandes periodos
intentaba ofrecer un marco cronológico y cultural donde poder situar las
diferentes culturas prehistóricas que se iban descubriendo en los yacimientos
arqueológicos. Las divisiones se basaron en diversos criterios, en las cuales
sobresalieron tres acepciones:
- Cronológica. Al
situarlo dentro de una fase de las diversas glaciaciones que se han registrado
en nuestro continente. Así, queda ubicado en la segunda parte de la última glaciación
(Würm), entre las fechas de 45/40.000 y 10.000 BP, cuando comienza el Holoceno
o periodo cálido actual.
- Cultural. Refleja
las industrias y conductas de todo tipo que se van sucediendo a lo largo de sus
milenios de existencia, que en Europa occidental son el Auriñaciense,
Chatelperroniense, Uluzziense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense.
- Antropológica.
Bajo el concepto de que su origen se debía a la aparición del Homo sapiens sapiens, como portador de
los avances técnicos modernos (tecnología de hojas, herramientas compuestas,
uso del hueso, asta y marfil como materia base de sus útiles, etc.), junto con
un desarrollo simbólico muy importante (adornos corporales, arte, ajuares,
religión, etc.), del que con anterioridad sólo se tenían indicios más o menos
dispersos. En este apartado hay que incluir al Neandertal, por lo menos en las
fases iniciales del periodo con el Chatelperroniense y Uluzziense.
Evidentemente, los tres presentas problemas más o menos
importantes. Del primero, tenemos las dificultades cronológicas (calibración
del C-14 en el periodo de transición) que se mantiene como criterio de fondo,
pero sin hacer mucho hincapié sobre él, estableciendo por diversos un periodo
de transición con características de ambos periodos. Del tercero, no puede
sostenerse en su totalidad, pues ya conocemos que en su inicio, por lo menos en
Europa, coexistieron dos poblaciones diferentes (Cromañones y Neandertales). Sin
embargo, es el segundo criterio (cultural) el que más trascendencia, pues son
las piedras y los huesos lo que más abunda en los yacimientos, con lo que han
dado una gran tradición académica su estudio, por lo menos en Europa.
Efectivamente, cuando se habla de yacimientos transicionales, siempre se
refieren a evolución tecnológica de soporte lítico.
Con el desarrollo de la Arqueología parece que va quedando
claro que estas divisiones tienen un claro matiz artificial, aunque han sido necesarias
para el enfoque analítico y explicativo que toda ciencia precisa. No obstante,
se sigue manifestando especial interés por señalar los distintos complejos
industriales, caracterizado cada uno de ellos por el empleo de determinadas
técnicas de trabajo pera transformar la materia prima (piedra, asta, hueso,
madera) en instrumentos con los que hacer frente a sus necesidades, como si
estos datos (por otro lado los más abundantes) fueran los más característicos
del Paleolítico superior. Desde luego son los más abundantes, pero no los más
significativos dentro de la evolución cultural y cognitiva de la Humanidad.
En la actualidad, la
Arqueología explica los
avances socioculturales como formas de adaptación ecológica, donde las
principales fuerzas impulsoras son la
variabilidad medioambiental y la dinámica poblacional (d’Errico y
Stringer, 2011; Banks, d´Errico y Zilhão,
2013). Se estaría destacando la gran flexibilidad
y capacidad para producir
innovaciones que las poblaciones humanas modernas adquirieron con la evolución
(Kandel et
al. 2015; d´Errico et al. 2017). Sin embargo, si aceptamos que la evolución neurológica moderna
se adquirió con el inicio del Homo
sapiens hacia más de 150.000 años, por
qué tardaron tanto en producirse los cambios conductuales, pues la
flexibilidad y creatividad son capacidades cognitivas presentes en nuestro
género. Ésta sería la paradoja cultural o sapient paradox expresada por algunos autores (Renfrew, 2008).
Aunque no se quiera decir, los procesos de carácter cognitivo tienen que entrar
forzosamente en la explicación del inicio y desarrollo conductual. La flexibilidad
conductual (función ejecutiva) y la creatividad (emergencia
de diversos factores cognitivos) son criterios cognitivos que deben de
estudiarse con los medios adecuados. La Arqueología cognitiva (Estructuralismo
funcional) de carácter interdisciplinario ha incorporado al estudio de la
evolución conductual humana los procesos de evolución
cognitiva (no paralela a la evolución anatómica), por medio de la
aplicación de su metodología de estudio al análisis de los datos del registro
arqueológico (Rivera, 2013; Rivera y Menéndez, 2011).
El desarrollo cognitivo es muy importante en la
configuración del último periodo paleolítico, pues, desde entonces, la conducta
va a regirse por dos características cognitivas fundamentales: reflexividad y flexibilidad
conductual.
Por consiguiente, aunque los procesos tecnológicos y
simbólicos deban ir unidos en su desarrollo, lo más llamativo del Paleolítico superior
corresponde a la adquisición de una nueva mentalidad simbólica, creativa, flexible y
reflexiva. Tal logro pudo realizarse por medio del desarrollo pleno de
la conciencia reflexiva (autoconciencia), y su utilización
junto con los conceptos del tiempo y del espacio, que serán utilizados en los
intentos de solucionar los problemas que se plantearon en ese momento.
El resultado no puede ser más extraordinario, pues se
producen nuevas formas de conducta reflejadas en la aparición de adornos
corporales, del arte, enterramientos intencionados con base simbólica, la
aparición de la religión, aumento de la complejidad social, mejor
estructuración y organización de la caza, conservación de los alimentos,
estructuración del espacio del hábitat, etc. Y todo ello de una forma expansiva,
numerosa
y en continuo
aumento.
El desarrollo cognitivo que va a configurar la
autoconciencia sería el responsable del inicio y desarrollo de las culturas del
Paleolítico superior y, por tanto, la causa y distinción real del mismo con respecto
a los anteriores periodos,
Sabemos que durante el periodo de
transición al Paleolítico superior en Europa se produjo un importante
incremento demográfico, social, cultural, tecnológico, simbólico y lingüístico,
el cual es a la vez causa y efecto del desarrollo cognitivo característico
de este periodo (Rivera y Menéndez, 2011). Aunque existen antecedentes de estas
formas conductuales en el Paleolítico medio, su producción fue limitada en su
elaboración, desarrollo y expansión geográfica, acoplándose perfectamente al heterogéneo continuum de nuestra la evolución
cognitiva y cultural. Los
logros conductuales alcanzados en el comienzo del último periodo paleolítico,
concebidos dentro de una evolución cognitiva altamente funcional, produjo un
nuevo desarrollo cognitivo-cultural: la autoconciencia.
El estudio de la autoconciencia es un tema que prácticamente se ha mantenido alejado
del trabajo arqueológico tradicional. Actualmente, pocos son los arqueólogos
que introducen este complejo constructo cognitivo en sus teorías explicativas
de la conducta humana. Sin embargo, en diversas disciplinas relacionadas con la conducta se opinan
que la autoconciencia es una capacidad cognitiva emergente, dependiente de la evolución
morfológica (Homo sapiens) dentro de
un medio ambiente adecuado (Vygotsky, 1934/1962;
Searle, 1997; Tomasello, 1999; Edelman y Tononi, 2000; Mora, 2001;
Álvarez Munárriz, 2005; Ardila y
Ostrosky-Solís, 2008; Renfrew, 2008). Este medio ambiente especial o nicho
cognitivo-cultural (Rivera y
Menéndez, 2011) hay que construirlo, mantenerlo y transmitirlo, lo se produce
en las poblaciones por medio del lenguaje y del desarrollo social-demográfico.
El poder de la influencia medioambiental en la remodelación funcional del
cerebro es una de las directrices que la Arqueología cognitiva actual estaría
desarrollando (Renfrew, 2008; Rivera, 2009; Malafouris, 2013).
Todas las sociedades humanas forman un
nicho cognitivo-cultural, el cual debe de estar lo suficientemente desarrollado
como para poder estructurar adecuadamente las potencialidades neurológicas que la evolución nos ha conferido
(Rivera, 2009: Damasio, 2010; Rivera y Menéndez, 2011). La autoconciencia emergería
de la unión funcional de cuatro procesos que, de forma
constante, estarían interaccionando en el tiempo (evolutivo, ontológico e
histórico),
- Aumento evolutivo del cerebro humano, lo que en definitiva va a
producir las capacidades cognitivas (en criterios de posibilidades a
desarrollar) que posibilitaran todo el proceso. Aumento de las áreas corticales
asociativas (superficie y posibilidades de interconexión). Aumento y amplia
interrelación de las áreas encargadas de procesar la información adquirida
(Lóbulo prefrontal, Precúneo y Claustrum).
- Desarrollo de la conciencia
central o del sí mismo centrada en la personalidad y de la teoría de la
mente. Tendría un carácter innato, pero requiere de la interacción entre los
elementos sociales del grupo, por lo que una anómala separación social
impediría su correcto desarrollo.
- Creación social de una conciencia
autobiográfica centrada en la individualidad social y personal. Se precisa
un desarrollo social, tecnológico (división de quehaceres), cultural,
logístico, simbólico, etc.
- Desarrollo del lenguaje, como elemento que va a cohesionar, organizar
y desarrollar todo lo anterior (lenguaje interno) mediante sus características
gramaticales deducidas de la simbolización de la acción. El uso organizado y centrado en la
individualidad va a producir una emergencia
cognitiva constante de carácter
funcional gracias a los circuitos neuronales de reentrada, retroalimentación,
recursivos y reverberantes. Al durar más que el tiempo de la estimulación,
pueden producirse fenómenos de conciencia de su propio pensamiento o
sentimiento (Humphrey, 1992).
La emergencia de la autoconciencia hasta
niveles adecuados, generarían cambios conductuales de gran trascendencia, tanto
por ellos mismos o como por las nuevas cualidades cognitivas de la
autoconciencia. Destacamos el amplio desarrollo ontológico de las funciones
ejecutivas (Planificación, Flexibilidad, Memoria de trabajo u operativa,
Monitorización e Inhibición) (Ardila
y Ostrosky-Solís, 2008; Tirapu-Ustárroz y Coolidge. y Wynn, 2011); un importante
desarrollo de las emociones humanas (Rivera, 2015), y el aumento de las propiedades
del lenguaje: comunicativas, sociales y cognitivas.
Este sería el proceso cognitivo que va a cambiar la conducta
humana y generar al Paleolítico superior. Todos los antecedentes culturales que
van apreciando al final del Paleolítico medio corresponden al continuum heterogéneo en el tiempo y en el espacio característico
de la evolución cognitiva, pues depende
de diversos factores (capacidades y desarrollo cognitivo, existencia de
lenguaje, medioambiente sociocultural, condiciones demográficas, emotividad,
etc.) que no siempre actúan con la misma intensidad, ni tienen igual desarrollo
temporal y geográfico. Lo que en un principio es común (base psicobiológica
común), en su desarrollo se diversificaría, lo que explica el aspecto de mosaico (cultural, cognitivo y
emocional) que caracteriza tales procesos. Por tanto, el verdadero motor del
Paleolítico superior sería el desarrollo cognitivo, que, al alcanzar los
niveles adecuados de las cuatro premisas ya expuestas, se desarrollaría la
autoconciencia con características de modernidad conductual.
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